viernes, 14 de marzo de 2014

EL GARAGE DE CONDE


Donde antes se levantaba un viejo galpón metalúrgico, en 1985 abrió uno de los tantos garages que hoy existen en Colegiales. El de Conde y Gregoria Pérez (justo en el nacimiento de esta calle) es uno de los de mayor antigüedad en el barrio. Su dueño, Gustavo, recibió a nuestra revista y en una charla muy cordial, contó detalles del oficio y brindó sus impresiones acerca de día a día de una actividad que alternó períodos de bonanza con otros de menor movimiento.

«El garage es del 85, pero yo vine en 1993. Tuvimos buenas épocas, otras no tanto. Por ahora la cosa funciona, si bien hubo tiempos mejores. La gente piensa que porque hay más autos en la ciudad, los garages trabajan más. No es tan así. Un caso similar es el de las estaciones de servicio. Teóricamente también tendría que haber más, pero hay cada vez menos. Muchas estaciones chicas cerraron, igual que en este rubro. Eso es porque con lo que vale em metro cuadrado, al dueño les conviene vender el terreno y que construyan edificios. Así desaparecieron muchos».
«En Colegiales quedan todavía... La competencia existe, pero se puede convivir. Hay mercado para todos. Nosotros tenemos espacio para cien cocheras fijas. Los usuarios de los estacionamientos se quejan de que los precios son desmedidos. Eso no es verdad. La inversión es grande y la responsabilidad, enorme. ¿Que hacés si te roban un coche? El seguro del damnificado te hace juicio. Quizás se podría abaratar las cuotas (hoy oscilan en mil pesos) si, por ejemplo, el gobierno nos diera facilidades para hacer obras. Así yo construiría una loza, metería el doble de coches y podría cobrar más barato. Pero, acá nadie se acuerda de los que laburan».

«Más allá del servicio común, en el 2000 sumamos mecánica, lavadero, lubricentro... Varias cosas para que el cliente se sienta atraído. Si no, se va a otro lugar. Hay una idea equivocada de que los garages tienen la vaca atada. Y nada que ver. No somos millonarios ni mucho menos. Es un laburo sacrificado como todos».
«Lamentablemente hemos tenido un par de robos. Por suerte, ya hace un tiempo que no los sufrimos. Pero las veces que asaltaron, fueron complicadas, con armas... Ahora el portón lo mantenemos cerrado la mayor parte del tiempo (se toca timbre), y siempre hay un empleado a cargo. Los que trabajan acá son de mucha confianza: Jorge, Fernando y Sergio».

LA CURIOSA HISTORIA DE LA GATA SIN NOMBRE

Mientras transcurre la charla un gatito ingresa a la oficina. «Es hembrita», informa Gustavo. De inmediato, la alza y juguetea con ella. Y nos cuenta una historia que, por lo impacante, no dudamos en trasladar a la nota: «Un día vino y se quedó. Nadie la conocía, pero se ve que le gustó el lugar y el trato que le dábamos. Inclusive la llevamos a castrar. Así estuvo un par de años. Hasta que, hace un tiempito, no la vimos más. Nos llamó mucho la atención su ausencia. Intrigado, llamé por teléfono al chofer del camión donde dormía, arriba del techo. ‘Che, ¿vos sacaste el camión el domingo? ¿Por casualidad no viste a la gata?’, le pregunté. El muchacho se acordó enseguida: ‘Ah sí, vos sabés que cuando salí del garage, después de hacer unas cuadras, veo que se baja por el parabrisas y sale disparando por Lacroze’. Ahí pensé: ‘Listo, se fue, no la vemos más’. Ya la daba por perdida. Pero unos días después... ¡apareció! No sé cómo habrá hecho pero logró orientarse y volvió. No podíamos creerlo».  
La historia resulta todavía más curiosa cuando consultamos a Gustavo por el nombre del simpático animalito. «No sé, no tiene nombre», señala, encogiéndose de hombros.

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