Noche de sábado. La brisa fresca es una invitación a dar una
vuelta por el barrio. Calle Freire… Intersección con Matienzo y, uno metros más
allá, la inconfundible puertita mediante la cual se accede a un mundo nuevo.
Casi casi, a otra dimensión… Muy alejada del ruido porteño y, al mismo tiempo,
muy cercana a un agradable bullicio familiar. Es difícil resistirse a ingresar.
Adentro, hay clima festivo. Pizza, empanadas… Música, risas…
Chicos en la placita y papás que disfrutan. Es el Círculo de Amigos de
Colegiales. O, mejor dicho, simplemente las “Bochas”, como se lo conoce en
forma popular a este reducto, en un principio, identificado con los jubilados
del barrio. Pero cuya atmósfera tan especial
fue extendiéndose luego para alcanzar a gente sin distinción de
edades.
Después de comer, allá por las doce, la noche toma color de
lotería. Entonces, los platos y cubiertos le ceden su lugar a los cartones, el
bolillero, las líneas y los números.
Y la reunión sigue, hasta que el sueño va adueñándose de
esta hermosa postal colegialense. Porque, señores, a no dudarlo: en Colegiales,
han cantado ¡bingo!
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