jueves, 14 de marzo de 2013

LA COLUMNA DE HUGO SANTOS


Hoy no, mañana tal vez…
¿Cuántas veces te has escuchado a ti mismo diciendo frases tales como “tendría que haberlo hecho”, “el lunes comienzo”, “hoy no lo termino, mañana lo hago“, “alguna vez lo haré”? ¿En cuántas oportunidades tuvimos al final del día la sensación de que nos propusimos algo y que estamos frustrados por no haberlo hecho porque planificamos mal nuestro tiempo o porque nos distrajimos con otras cosas que evitaban que nos aboquemos a eso que  nos habíamos propuesto? ¿Cuántos  proyectos sin realizar tenemos en nuestra vida, “asignaturas pendientes”, que si las tomáramos más en serio nos acercaríamos a sueños que enriquecerían lo que somos y deseamos? ¿Cuántas veces hemos postergado para más adelante la solución de problemas frente a los cuales nos hemos colocado como si los mismos se arreglaran solos? ¿En cuántas ocasiones  nos hemos resistido a poner nuestra salud al día, arriesgándola, y colocando a nuestro cuerpo ante la posibilidad  de vivir procesos que no tienen retorno? Cuando debemos hacer una acción o una elección y no la hacemos, esto ya es una decisión, aunque no seamos conscientes de ello. A veces, los logros de la vida implican continuar, en el lugar en que otros decidieron parar. 
La dilación o procrastinación (¿conocías esa palabra?) es un problema que presentan las personas que buscan siempre dejar temas como estos para más adelante. Es cierto que todos alguna vez hemos hecho caso omiso a aquello de “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”, pero algunas personas han hecho de la postergación una conducta repetitiva que empobrece su vida, la detiene en el tiempo y aun pone en riesgo la vigencia de sueños por los que valdría la pena vivir.
La procrastinación es, en definitiva, un gran límite para alcanzar aquellos objetivos que deseamos en la vida, desde darnos un momento para aquel pasatiempo que tanto nos gusta, hasta objetivos más importantes relacionados con el área personal, laboral o  familiar. El postergar es a menudo un engaño a nosotros mismos que  termina siendo una agresión. Ello se debe a que nos fallamos no tomando en la práctica medidas para alcanzar aquellas cosas que  deseamos.
Más allá del falso alivio que pueda generarnos en un primer momento, el posponer interminablemente implica un gran desgaste que puede, según vaya progresando la situación, llevar a sentir culpa, una gran angustia o incluso a la depresión. Por lo general, tendemos más a postergar aquellas cosas que nosotros mismos decimos que queremos hacer que aquellas que otras personas nos ordenan que hagamos.
Alguien ha dicho que la muerte no es la pérdida más grande en la vida, la pérdida más grande es lo que muere dentro de nosotros cuando debiera seguir vigente,  estando vivos. Y esto último está alimentado por la falsa idea de que somos inadecuados, que no valemos, que no inspiramos amor, que somos incompetentes, que no tenemos talentos. Las creencias incorrectas sobre nosotros mismos en esa línea nos llevan a la parálisis, al dolor y a la tristeza. Fomentan el desgano y la pereza. La baja autoestima es un pecado contra el cual debemos luchar.
La confianza en uno mismo y en los sueños es la primera condición para marchar hacia el logro de nuestras metas. Estas no dependen  de la suerte. Dependen de lo que se espera y lo que se logra día por día.  Algunos son demasiado impacientes y les juega en contra saber que encarar ciertos proyectos o soluciones demandarán un tiempo de acción y de espera olvidando aquello de que una flor no crece de un día para otro o que algunos aprendizajes que hemos logrado en nuestra vida nos han demandado tiempo, a veces mucho tiempo.
Hay muchas causas por las cuales las personas postergan. Una razón es porque esperan muy poco de la vida, han perdido sus sueños. Sus expectativas son muy bajas, temen fracasar o son excesivamente perfeccionistas. Tienen miedo por la pérdida de confianza en sí mismos y como consecuencia su desempeño es mediocre. ¿Esperas muy poco de la vida? ¿Cuáles son tus expectativas? Algunos dilatan porque no le dan importancia a sus propias cosas o a la tarea que realizan, otros usan su dedicación a los demás como una excusa para no ocuparse de las cosas de sí mismos que se  deberían ocupar.
Cambiar el hábito de postergarlo todo haciendo de la inercia una estrategia de vida, activar nuestras decisiones, evitar la duda permanente, enfrentar algunas dificultades y conflictos que el crecimiento nos trae, modificar ambientes y climas que frenan nuestro accionar, evitar dejar todo para último momento pensando que es más fácil actuar bajo presión, tolerar y  aprender más de nuestros errores, evitando la autocrítica desmedida, fomentar la creatividad, son algunas de las tareas y actitudes que deberíamos promover en nosotros.
Hugo N. Santos

El autor de este artículo es pastor de la Congregación Unida “El Buen Pastor” (Lacroze y Zapiola).

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